CUENTOS ZEN

Cuentos ZEN

No Lo Sé

El Emperador, que era un budista devoto, invitó a un gran maestro de Zen
al palacio para hacerle preguntas acerca del Budismo.
“¿Cuál es la verdad más alta de la santa doctrina budista?”, preguntó el Emperador. “El inmenso vacío... y ni una huella de santidad”, contestó el maestro. “Si no hay santidad”, dijo el emperador, “entonces ¿quién o qué es usted?”.

“No lo sé”, contestó el maestro.


¿Es Eso Así?


Una hermosa muchacha de la aldea estaba embarazada. Sus padres enojados, exigieron saber quién era el padre. Al principio resistente a confesar, la ansiosa y desconcertada muchacha finalmente señaló a Hakuin, el maestro de Zen a quien todos antes reverenciaban por vivir una vida tan pura. Cuando los ultrajados padres enfrentaron a Hakuin con la acusación de su hija, él contestó simplemente “¿Es eso así?”.

Cuando el niño nació, los padres se lo trajeron a Hakuin, quien ahora era visto como un paria por la aldea entera. Exigieron que tomara el cuidado del niño, puesto que era su responsabilidad. “¿Es eso así?”, dijo Hakuin tranquilamente mientras aceptaba al niño.

Por muchos meses cuidó muy bien del niño, hasta que la hija no pudo resistir más la mentira que había dicho. Confesó que el padre verdadero era un joven de la aldea que había intentado proteger. Los padres fueron de inmediato donde Hakuin para ver si devolvería al bebé. Con abundantes disculpas explicaron lo qué había sucedido. “¿Es eso así?”, dijo Hakuin mientras les entregaba al niño.


La Muchacha

Dos monjes que regresaban a su templo, llegaron a un vado donde encontraron a una hermosa muchacha que no se atrevía a cruzarlo, temerosa de mojar sus mejores ropas.

Uno de los monjes, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta el otro lado. La niña le agradeció y los dos hombres siguieron su camino.

Después de recorrer tres kilómetros el otro monje, sin poder contenerse más, exclamó, "¿Cómo pudiste hacer eso, tomar una muchacha en tus brazos? Conoces bien las Reglas...", y otras cosas por el estilo.

El monje cuestionado respondió con una sonrisa, "Debes de estar cansado, habiendo cargado con la muchacha todo este tiempo. Yo la dejé del otro lado del arroyo".


Milagros


Bankei estaba un día hablando tranquilamente a sus discípulos, cuando su discurso fue interrumpido por un Padre de otra religión. Estos creían en el poder de los milagros y decían que la salvación venía de la repetición de las palabras sagradas.

Bankei se calló y preguntó al Padre lo que quería decir. El Padre comenzó a alardear que el fundador de su religión podía quedar sentado y quieto durante meses, u dejar de respirar durante muchos días, y pasar por el fuego sin quemarse.

El Padre preguntó, "¿qué milagros puede hacer usted?".

Bankei contestó, "apenas uno, cuando estoy con hambre, como; y cuando estoy con sed, bebo".


Zapatillas

A un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás, le dijo el Maestro,
”si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra”.


La Concentración Y La Piedad

Un joven, preso de la amargura, acudió a un monasterio en Japón y le expuso a un anciano maestro:

Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo?

—¿Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? —preguntó el monje.

—Sólo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.

El maestro llamó entonces a otro monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada afilada que brillaba al sol.

—Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes, te cortaré la cabeza con esta espada; y si ganas se la cortaré a tu adversario.

Empezó la partida. El joven sentía las gotas de sudor recorrer su espalda, pues estaba jugando la partida de su vida. El tablero se convirtió en el mundo entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque, que cambió su suerte. Entonces miró de reojo al monje. Vio su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su propia vida, ociosa y banal...

Y de repente se sintió tocado por la piedad. Así que cometió un error voluntario y luego otro... Iba a perder. Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.

—No hay vencedor ni vencido —dijo—, No caerá ninguna cabeza.

Se volvió hacia el joven y añadió:

—Dos cosas son necesarias: la concentración y la piedad. Hoy has aprendido las dos.


El Presente


Un guerrero japonés fue capturado y hecho prisionero por sus enemigos. Esa noche no podía dormir porque temía que al día siguiente lo interrogaran, torturan y ejecutaran. Entonces recordó las palabras de su maestro de Zen. “El mañana no es real. Es una ilusión. La única realidad es el hoy”. Prestando atención a estas palabras, el guerrero se tranquilizó y se durmió.


El valor de las cosas. Una historia zen

Esta es una historia que nos enseña que el verdadero valor de las cosas solo puede ser apreciado por un experto.

"Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-E...encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

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